mercredi 14 juillet 2010

La volaíta


Obra de Giuseppe Veneziano, "La virgen del tercer reich", causó polémica en Italia luego de que apareciera en el catálogo de su exposición. Esa onda...

Reflexiones en torno a "Aristóteles o el vampiro del teatro occidental" de Florence Dupont.

Porque no sólo de política vive el hombre (por suerte) hoy presento una reflexión dedicada exclusivamente al teatro. Ahora bien, puede ser que durante el trayecto toque otras disciplinas, como siempre me sucede, por ser muy indisciplinada. Pero la médula del asunto tiene que ver con teatro. Más específicamente, con los (supuestos) orígenes del teatro.

Hace un mes y medio atrás, asistí a un coloquio organizado por la SQET (Société québécoise d'études théâtrales) llamado "Du bon et du mauvais usage de la théorie théâtrale" (Del buen y del mal uso de la teoría teatral), donde asistieron en su mayoría intelectuales franceses de grueso calibre, varios teóricos radicados en Canada e incluso una doctora alemana que estudió con Lehmann (aquel que se hizo célebre con su libro "El teatro postdramático"). Como diría un siútico de la belle époque, la crème de la crème de la intelligentia francófona y francófila. En general, sucedió lo que sucede en todo coloquio: ponencias interesantes, otras no tanto. Pero una de ellas suscitó particular atención en los participantes, porque cuestionaba una serie de conceptos supuestamente inherentes e irrenunciables del teatro occidental, por lo menos durante varios siglos de nuestra historia.

Esa ponencia fue presentada por Florence Dupont, profesora de latín en la Univeridad Paris VII, traductora de varias obras de teatro de Séneca y de Sófocles. El título, largo, pomposo y del cual sólo tengo vagos recuerdos, aludía en todo caso a la idea de terminar con supuestas categorías absolutas respecto al teatro, como por ejemplo que éste se origina en Grecia o que el teatro girego, tal como se hacía en esa época, es descrito por Artisóteles en la "Poética." Ciertamente a todos se nos enseña que Aristóteles crea un tratado de dramaturgia y no de artes escénicas, pero nadie nunca había osado, por lo menos en el aula, a cuestionar prácticamente todas las categorías que definen lo que conocemos por teatro. Apenas terminó el coloquio, fui a la biblioteca y encontré el libro que profundiza en varios de los postulados hechos en su ponencia: "Aristote ou le vampire du théâtre occidental" (Artisóteles o el vampiro del teatro occidental). En estas últimas semanas me he dedicado a leerlo y varias de sus conclusiones me parecen interesantes y totalmente pertinentes para la teoría teatral actual, para la crítica y para la práctica escénica.


Mito n°1: el teatro se origina en Grecia y Aristóteles teoriza sobre el teatro en la Poética.

La frase El teatro (occidental, algunos usan este adjetivo) se origina en Grecia, que de seguro encabeza varios libros y tratados sobre la historia del teatro, nos enseña que este arte nace en Grecia y por ende es un legado que recibimos las generaciones posteriores (al igual que la democracia). Podríamos decir que hay un antes y un después de Grecia, como un antes de Cristo y un después de Cristo, o como una prehistoria y una historia en lo que concierne al teatro. Lo interesante es que, por siglos, lo que pasó antes de Grecia quedó totalmente relegado al olvido, tal como si se tratara de un oscuro periodo, el medioevo de las artes escénicas. Grecia ES así el punto de origen del teatro, punto final. Florence Dupont propone entonces que el teatro, tal como lo conocemos hoy en día, no se origina en las prácticas rituales atenienses a las que se les considera en la base del "teatro". Es más, el concepto teatro clásico es una invención discursiva de la modernidad que establece así una serie de categorías y directrices que nos indican cómo se hacía supuestamente este teatro clásico. El teatro clásico, en el sentido histórico del término, no existe. Es una proyección moderna occidental y anacrónica, es un objeto teórico que en un momento (con la aparición de la "Poética" de Aristóteles) se vuelve interesante a pensar.

Un ejemplo que Dupont da en su ponencia ilustra esta "obsesión del mito de origen", según la autora, por parte de la cultura occidental. Una de los doctorandos de Dupont era una alumna extranjera proveniente de la India. En una de sus cátedras impartidas sobre este mismo tema que estamos discutiendo, la alumna le explica que el teatro indio se originó gracias a la llegada de Alejandro Magno, quien supuestamente llevó a esas lejanas tierras las directrices y las instrucciones para hacer EL teatro, tal como se hacía en Grecia. Es así cómo Dupont ilustra hasta qué punto el mito de Grecia como LA cuna de nuestra civilización ha llegado incluso a colonizar otras culturas. Lo interesante de esta anécdota es que la autora nos hace ver que el teatro griego no sólo no es universal sino más bien local, pues lo que describe es en realidad el teatro ateniense, o mejor dicho las prácticas performativas o escénicas de esa ciudad, por lo tanto, el hecho de apodarlas griegas es descontextualizarlas y desarraigarlas de su verdadero origen. Como decía Dupont, es lo mismo que hicieron los españoles con el flamenco, al tomar una práctica identitaria de los gitanos y tomarla como una propia. El teatro ateniense es una práctica identitaria reservada a sus ciudadanos. Paradójico si se piensa que Aristóteles, que no era ateniense de origen, escribe la "Poética" basándose en el teatro de esa ciudad, pero usando como modelos a las tragedias que habían sido representadas hace un siglo, teniendo acceso a ellas sólo por medio de la lectura. Paradójico nuevamente si pensamos que es un tratado sobre teatro. Claro, se puede discutir que la "Poética" es un tratado de dramaturgia, no de puesta en escena, por lo tanto no necesita de la práctica para poder enunciar sus principios básicos, no obstante sí se puede considerar al menos discutible el hecho de que, para poder hablar de lo que en la modernidad se considera la dramaturgia (en este caso de la tragedia y la comedia, más de la primera que de la segunda) se tome sólo como punto de partida el texto escrito y nada de la práctica ni del contexto que lo origina:

Si Aristóteles puede objetivar tan bien el teatro y reducirlo a un texto, esto se debe al hecho de que él no era ateniense y que por lo tanto no había celebrado jamás las Grandes Dionisiacas; nunca cantó en los coros, jamás fue jurado, nunca perteneció a ese público ateniense iniciado desde su infancia al código musical, celebrando cada año ese ritual de la ciudad de Atenas, singular e identitario. Si Aristóteles asistió a las tragedias, lo hizo como simple espectador, como extranjero, como invitado profano, sin poder comprender aquello que estaba en juego en la performance, aferrándose a la "historia", incomodado por el coro y sin comprender qué tenía que ver en el relato representado. Su percepción del teatro servirá de paradigma para todos ellos que, en los siglos posteriores, leyeron las tragedias griegas, todo ellos quienes, víctimas de la distancia, quisieron que fueran legibles. (Mi traducción, p.32)

El legado de Aristóteles hoy en día

Lo interesante y lo problemático de todo esto, a mi juicio, no es necesariamente lo que hace Aristóteles - tomar un objeto, estudiarlo desde una perspectiva filosófica y crear un nuevo léxico y por ende nuevos conceptos para hablar de el teatro- lo que me parece realmente importante de destacar acá es cómo todo el teatro ha estado y está aún preso por estas categorizaciones creadas por Aristóteles que nos describen EL teatro. Porque alguien podría discutir que hoy en día el teatro es post-dramático, no lineal, épico y una serie de otros adjetivos que lo sitúan en polos opuestos a Aristóteles. Pero todos esos adjetivos existen en tanto OPUESTOS a la "Poética", y por ende originados a partir de esas mismas categorías. Brecht se decía anti aristotélico, pero quizás sin quererlo es el neo Aristóteles del teatro, pues al tomar al muthos (conocido como fábula, argumento o representación en algunas nuevas traducciones de la "Poética") como uno de los centros gravitantes de su teoría del teatro, está tomando la noción principal de la poética de Aristóteles. Según él, el muthos es el corazón de una tragedia: "Así pues, el principio y en cierta medida el alma de la tragedia es el argumento [muthos]; en segundo lugar están los caracteres [personajes]" (Poética, p. 50). Cuando Brecht se deshace de la cuarta pared, o introduce lo narrativo en escena, oponiéndose a lo dramático, a lo aristotélico, no hace más que tomar dos "polos" bien claros para evidenciar sus principios. Pero la realidad es que esas divisiones son casi ilusorias en comparación a las similitudes que tiene con su supuesto alter ego:

"Al interpretar tal material gestual, el actor toma posesión del personaje al tomar posesión de la fábula", "La fábula en su totalidad le da la posibilidad de un montaje de elementos contradictorios." (Pequeño Organón para el teatro, n° 64), "Todo está en función de la fábula, es el corazón del espectáculo teatral" (Ibid, n°65).

Por lo tanto, por mucho que la dramaturgia brechtiana sea épica y no dramática, sigue considerando como centro de su trabajo al relato, la historia, la fábula. No hay teatro sin fábula, incluso para Brecht. Y qué pasa con el teatro postdramático? Como dice Dupont, y la secundo en ello, quienes se hacen llamar anti-Aristotélicos están tan presos de sus categorizaciones como el defensor más férreo de la poética, puesto que el léxico que manejan, y por ende el nivel de conceptualización y los postulados que elaboran nacen de ese Aristotelisismo imperante. Incluso aquellos que se sienten "dionisiacos", cercanos y próximos a la ceremonia ritual ligada al teatro (ritual desconocido para todos aquellos que no participaron en él) crean su propio mito del teatro a partir de una ilusión de origen que no es ni más ni menos válida que lo "aristotélico".

Cuál es entonces la empresa de la autora? Claramente ni culpar a Aristóteles ni condenar la "Poética" o el muthos; la idea de este texto, a mi parecer indispensable, es re-analizar el sustrato ideológico de la "Poética" y reflexionar sobre su alcance en el teatro actual, pues es evidente que luego de la "Poética", la manera en la que pensamos el teatro cambia radicalmente. La manera en que pensamos TODO el teatro, viendo todo bajo el mismo filtro sin importar si esas categorías analíticas se aplican realmente o no a todo objeto. Mi reflexión y mi suscinto resumen sobre las ideas principales de la autora están lejos de acabarse, pero para terminar la primera parte de lo que parece ser una tanda de reflexiones sobre el tema, me parece que una de las primeras conclusiones que puedo sacar es que el paradigma de análisis del teatro, en todos sus ámbitos (dramaturgia, escenografía, teoría de la actuación) se ve afectado por estas ideas, y creo que de forma positiva, pues podría permitirnos abrir nuevos senderos de reflexión y de análisis, introduciendo nuevas teorías y discursos para referirse al objeto llamado TEATRO, más amplio y mucho más complejo de lo que suele parecer.


dimanche 11 juillet 2010

Sebastián Piñera, léete el "Impro" de Keith Johnstone

A pesar de estar lejos de Chile, no dejo de revisar diariamente ni el diario, ni dejo de ver las noticias, para enterarme de qué está pasando a 8000 km de mí, en mi tierra natal. Por ende no he estado tan lejos como podría pensarse de la seguidilla de polémicas sobre la imagen de Sebastán Piñera en público y especialmente, sobre la famosa imitación que hizo Kramer de él cuando Bielsa le sacó el saludo. Lo que más les cayó mal, al parecer, es que estaba de invitada en el programa la ex Presidenta Bachelet, lo que parecía una especie de conspiración en contra del Presidente y de su imagen pública. Para el gobierno no es posible al parecer que un humorista (!) se ría de los personajes de turno.

Bueno, lo que el gobierno no entiende, al parecer, es que la imagen se construye. Y quien inicia esa construcción, quien da las pistas para poder armar la imagen pública es, en este caso, el mismo Presidente. Es él quien tiene que darnos a entender de manera clara, pero no grosera, frente a qué tipo de presidente estamos. Qué pretende entonces Sebastián Piñera que saquemos el limpio, si en una semana se manda unos numeritos tales como "Marepoto", "Tusunami", mata a Nicanor Parra, nos compara con un país inexistente y asume que Robinson Crusoe es real? (Excúsenme mis estimados lectores, pero este computador no tiene ambos signos de interrogación del idioma castellano... en fin) Qué clase de imagen puedo tener yo, ciudadano medio, de un tipo un tanto torpe, vistiendo a sus ministros de chaquetas rojas como si se tratara de un equipo de fútbol de un colegio Opus Dei, viendo los partidos de fútbol de la selección en los pueblos devastados por el terremoto para que la oposición le apruebe su Ley de Reconstrucción, en fin, haciendo todo lo humanamente posible por verse lo menos presidente posible, a pesar suyo?

No basta, Sr Piñera, con condenar públicamente una inocua imitación de un humorista para que la gente diga "mmm, sí, mi presidente merece respeto", porque, insisto, el respeto es una cualidad que se gana, o que por lo menos se finje. Y como este blog no es de política (Dios gracias) sino de teatro, he aquí mi humilde recomendación para él, y para varios de sus amigos de derecha, que harto necesitan un cambio de imagen.

Para que vean en el gobierno que el teatro y las artes sirven de algo, hay un libraco, editado en Chile, por tanto fácil de encontrar en cualquier librería, no demasiado caro, pero tampoco barato (el presidente no es partidario de quitarle el impuesto al libro así es que si quisiera comprarlo no debería quejarse por el precio) que le vendría de perilla: "Impro. Improvisación y el teatro" de Keith Johnstone. En éste, el autor nos inicia de manera muy amena en el mundo de la improvisación, aplicada al teatro pero también a otras situaciones de la vida. Uno de sus capítulos, de enorme importancia para cualquiera actor, y también para cualquier persona que deba manejarse en público, es uno titulado "Status". Tal como el nombre lo dice, este capítulo trata sobre el status de un actor-personaje, y enseña a manejarlo según las necesidades de la escena. Una de las lecciones más importantes que deja este capítulo es que la persona con mayor status no es quien impone la disciplina de manera rígida, o quien pretende pasar por encima de todos con su autoridad. El experto en status es quien es capaz de manejarlo en diferentes situaciones, de tal manera de poder bajarlo o subirlo según la necesidad.

Para ilustrar esta idea, que puede parecer un poco confusa, el autor describe a tres profesores que él conoció, uno de status bajo, otro de status alto y por último un experto en status. Y éstas son sus conclusiones:
"Pensé mucho acerca de estos profesores, pero no pude entender las fuerzas que operaban en nosotros. Ahora podría decir que el profesor incompetente era de status bajo: se contraía espasmódicamente, hacía muchos movimientos innecesarios, enrojecía ante la más mínima broma y siempre parecía un intruso en la sala de clases. Aquel que nos aterrorizaba era un jugador compulsivo de status alto. El tercero era un experto en status, subiendo y bajando el suyo con gran habilidad." (25-26)
Claro, dice Keith Johnstone, el status es algo que se tiene (como una clase social) pero también es algo que se maneja, cosa que se ilustra claramente en muchas obras de teatro clásicas, donde el sirviente es más inteligente o más avispado que el amo, lo que causa el disfrute por parte del público. Lo que nos lleva a concluir que por mucho que se tenga un status dado (ejemplo, el título de presidente) no quiere decir que se proyecte necesariamente ese mismo status al público, en este caso, a los ciudadanos. Por decirlo de manera más prosaica, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. La mona no puede disfrazarse, hay que erradicarla, y al parecer el presidente Piñera ha sido incapaz de sacársela de encima. Probablemente en algún momento él y sus asesores pensaron que esa imagen de populachero simpaticón le haría parecer más cercano al pueblo, pero lamentablemente uno no vota por un amigo, uno vota por un presidente. Quisiera pensar que todo ciudadano espera que su presidente no sólo lo represente, sino también le inspire un cierto respeto. Pero para ello es él quien debe hacer valer desde un principio el peso y el valor de su cargo. El público no puede hacer todo el esfuerzo, el buen actor también tiene que darnos ciertas claves para poder creer. Y en este caso se aplica la misma idea.

Toda esta ridícula polémica es un intento erróneo por imponer una disciplina autoritaria y antidemocrática (o sea, de un momento a otro el gobierno quiere pasar de ser bufón a dictador, a un jugador compulsivo de status alto, como diría Johnstone). Mi humilde consejo para el presidente es, en primer lugar, que se lea este librito (es rápido y ameno), luego, que se lo pase a la mayoría de su entorno político (Hernán Larraín, Karla Rubilar y otros que lo necesitan seriamente y de repente a un par de la oposición también que no les vendría mal) y finalmente, que empiece a poner en práctica los consejos que allí aparecen. Hay una serie de ejercicios bien simples y bien didácticos que pueden servir para practicar. Por mientras, sáquese el uniforme de fútbol, lea antes de abrir la boca para no matar a un par de poetas más o para darle vida a otros personajes ficticios, haga ejercicios de dicción para evitar los marepoto, o por último, como nos enseñan en todas las escuelas de teatro, no se haga el desentendido cuando diga tamaña tontera, excúsese y siga adelante, pero por sobre todo, no busque en el resto (humoristas, oposición) las causas de su propio fracaso mediático. El status no se mejora dando pataleos de ahogado, o gritando a los cuatro vientos "nadie me respeta". El status y la imagen se crean. En serio, el libro es corto y fácil de leer, y le haría un bien enorme a su gobierno, y por último a la gente. Todos sabemos que la política es un asunto de imagen y de ilusión, y como dice el dramaturgo Rafael Spregelburd, los políticos son campeones en crear ilusiones. Asúmalo y construya una decente, por favor.